SOBRE DESVIACIONES EN COSTES Y PLAZOS
No hay día en que no encontremos
en la prensa, general o especializada, alguna noticia que nos informa de las
desviaciones que en plazo y en precios se han producido en este o aquel
proyecto, bien sea de infraestructuras de transporte o de cualquier otra clase.
En el fondo las desviaciones de
plazo se traducen también en desviaciones de coste a través de los mecanismos de revisión de precios o
las reclamaciones que las empresas realizan para cubrir presuntos gastos de
estructura ocasionados por el retraso de las obras. Pero además, las
desviaciones en los plazos originan el retraso de la puesta en servicio, lo
cual causa un perjuicio evidente al interés general que ha justificado la
inversión.
Aun teniendo las desviaciones de
costes y plazos un carácter bien extendido, ello no significa que no se conozcan
sus causa y que no puedan establecerse algunos remedios para las mismas.
En primer lugar nos centraremos
en el documento que fija la base de comparación de costes y plazos, es decir en
el proyecto constructivo. Si el proyecto fija unos costes y unos plazos
erróneos, cualquier desviación que se produzca no será fruto de la mala
gestión, sino antes al contrario, el efecto de la corrección de los defectos del
proyecto para hacer que la obra cumpla con sus funciones.
Es España los proyectista
calculan, en general, los presupuestos y los plazos de una obra de manera
determinista. Es decir proporcionan unas cifras sin ninguna referencia a la
probabilidad de su cumplimiento real, o lo que es lo mismo dando por supuesto
de que su probabilidad de acierto es el 100%. Es decir los números son esos y
no otros, y cualquier desviación debería, y de hecho lo es, ser considerada
como un error.
Por otra parte las cifras que se fijan
el proyecto de forma determinista, corresponden en general a una situación en que todo funciona según lo
previsto sin que quepa la posibilidad de que aparezcan circunstancias
imprevistas que afecten ni al plazo ni al precio.
Estos planteamientos están
ampliamente superados por aquellas Administraciones que desean tener un conocimiento realista de costes y
plazos, para lo cual obligan a que los proyectistas planteen su trabajo de una
forma probabilista de modo que las cifras que ofrezcan se encuentren ligadas
a un cierto nivel de probabilidad, estableciendo una relación entre las cifras
y su nivel de probabilidad de cumplimiento, de modo que el responsable
administrativo del proyecto pueda elegir los niveles de riesgo de sobrecoste y
de retrasos que desee asumir.
Esta forma de ver las cosas
obliga a que los proyectistas realicen un cuidadosa análisis de los riesgos que
pueden presentarse a lo largo de la ejecución del proyecto, fijando unos
niveles de probabilidad de su aparición y estableciendo como afecta cada uno de
ellos al resultado final.
Esto además de aumentar la
calidad del proyecto, porque obligaría a estudiar cuidadosamente las
circunstancias de la obra, supondría una
salvaguarda para el proyectista que habría puesto sobre aviso de las circunstancias
que pudieran darse y afectar a la ejecución de las obras. Este análisis
serviría también para evaluar los correspondientes procedimientos constructivos
de modo que pudiera optarse por unos o por otros en función de los riesgos que
quisiera asumirse, así como el correspondiente trade off entre coste y
seguridad de obtener un determinado
resultado.
La segunda de las fuerzas que
operan para influir negativamente en plazos y costes son sin duda, las
presiones políticas. La creencia generalizada en que la inauguración de nuevas
infraestructuras tiene un efecto electoral beneficioso para quien la efectúa,
lleva a forzar los plazos para acompasarlos a las circunstancias electorales.
Esta influencia aparece en dos
sentidos, primero forzando a los proyectistas a ofrecer unos plazos muy
ajustados, suponiendo que todo va a salir de acuerdo con lo previsto, y segundo, forzando el inicio de las obras sin
tener resuelto el problema de la disponibilidad de los terrenos a lo largo de
todo su trazado, en el convencimiento de que las cosas se irán solucionando a
su tiempo de modo casi milagroso.
Este tipo de actuación tiene un
efecto evidente sobre los costes. Como los plazos anunciados son fugaces y las
circunstancias a veces no responden al optimismo inicial, se trata de forzar la
terminación de la obra a base de incentivar económicamente al contratista de la
obra para que establezca, por ejemplo, tres turnos diarios, cosa que este hace
encantado pasando después, claro está, la correspondiente factura, que no se
discute demasiado porque cualquier discusión puede suponer la paralización de
la obra y no inaugurar a tiempo de las elecciones.
Otro elemento de desviación de
costes y plazos radica en el escaso tiempo que se dedica en España a la
información pública sobre trazados y características de la infraestructura. En un
mes es prácticamente imposible conocer o tener en cuenta las opiniones de todos
los afectados por las obras. Por otra parte al incidir en las obras más de una Administración,
el cambio de color político de alguna de ellas puede significar la puesta en cuestión de una
solución que se había acordado con la anterior, comenzando un juego de
presiones y contrapresiones, al cual colaboran encantados los medios de
comunicación locales, que lleva a cambios de trazado o a elección de nuevas
soluciones que retrasan y encarecen las obras. Por supuesto que el
adjudicatario de la obra contempla todo este proceso con el mayor interés
porque sabe que los modificados que pudieran surgir, constituyen una magnífica
ocasión para compensar las bajas de la oferta o para mejorar el resultado de la
obra mediante las correspondientes reclamaciones.
Lo curioso de este proceso
político es que, cuando la obra se termina, muchos de los que critican su desviación
en plazo y en costes no recuerdan en absoluto haber sido los causantes de la
situación por los cambios que exigieron en su día.
En una próxima entrega se
plantearán algunas propuestas para tratar de mejorar las situaciones que aquí
de describen
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